Bromas de Rosas
Autor: Lucio V. Mansilla
Pescaba a orillas del río de la Plata, allá por
donde estaba "el barco", al concluir la avenida Sarmiento, solo con
un negrito, o acompañado de algún aficionado o de algún héroe por fuerza. Para
una broma más o menos pesada siempre estaba dispuesto.
A Marco Antonio de Arredondo lo hizo entrar en el
río con botas de charol (él, Rosas, las llevaba de goma); a Camargo, el célebre
taquígrafo, le hizo tomarse veinte "mates" seguidos, por los cuales
le remitió al día siguiente veinte mil pesos, y a Federico de la Barra, que se
había cansado de andar guerreando con los Madariaga, también le jugó una de las
suyas, dejándolo sin sobretodo en invierno.
En su estancia del Pino son proverbiales las chanzas
de que fueron víctimas muchos de sus amigos más apreciados. A uno que tenía
miedo de las víboras, estando durmiendo la siesta bajo el pino, de donde la
heredad traía el nombre; le 'Puso una víbora muerta
enroscada en el tobillo, y con una picana lo
hincó, escondido detrás de una carreta. El huésped dió un brinco de dolor, y al
ver la víbora casi se muere de susto. . . y Rozas reía hasta desternillarse...
Ecce homo .. Compuesto cómico de taumaturgo y augur, como cuando al nuncio
apostólico, cuyos papeles conoce porque la policía se encarga de sustraérselos
por unos momentos, pretende hacerle creer, y lo consigue, que en Roma tiene
agentes segurísimos; Amalgama heterogéneo de sensibilidad morbosa y de
incoherencias psicológicas que no quiere del mismo modo a su hija Manuelita
(que no deja casar) que a su hijo Juan, casado con Mercedes Fuentes; que
respeta a su compadre T y pone en ridículo a su compadre A; que quiere en
extremo a su ministro Arana, var6n honestísimo, y le pone de apodo Felipe
Batata (así sólo lo denomina); que a uno de sus jefes mimados, el que más
confianza le inspira, hombre de honor, seguro, valiente, le llama Angelito a
secas, y a don Eusebio, "el loco" de la Santa Federación, que trata
como a persona grata, haciéndolo comer en su mesa, le llama Su Excelencia, sin
pedulcio de mortificarlo físicamente; que empobrece a éste y enriquece a aquél;
que confisca y le -manda cinco mil pesos a un anciano de nombre histórico, cuyo
hijo está emigrado, para que se compre ropa; que castiga un pequeño abuso en un
empleado y deja que contrabandee, en grande, al capitán del puerto, en sociedad
con un comerciante tucumano, amigo de Urquiza y de Mitre después; que obliga a
todos (pena de graves consecuencias) a usar chaleco, divisa y cintillo
colorados, y que deja en paz a su cuñado Saguí, que sólo se pone chaleco blanco
y divisa; que carece de espíritu de equidad (aquí se manifiesta auténticamente
la influencia misteriosa de la herencia materna, que la naturaleza ha hecho no
menos poderosa que la herencia paterna); que tiene dos medidas para todo, para
el civil, para el militar, para el sacerdote, para los que lo sirven y para los
que lo combaten; que es íntegro y dispone de los dineros del Estado como de
cosa propia, sin darse cuenta de que las facultades extraordinarias, la suma
del poder público, no son para eso, sino para fines políticos; que pierde el
tiempo en detalles minúsculos, casi microscópicos; que antes de firmar el
tratado Lépredour pasa una semana probando plumas de gansos para que su letra y
rúbrica lo dejen con la boca abierta a Luis Felipe (todo era para ganar tiempo,
porque esperaba noticias de Río de Janeiro del ministro Guido, noticias que si
eran como él las quería, no firmaba, y si lo contrario, sí firmaba, más le
valiera haber oído el consejo de Guido que obtenía lo posible; que trata de
loco a Urquiza, que está más cuerdo que nunca, transformando al hombre de la
India Muerta ; que al general Mansilla, que días antes de la batalla de
Caseros, le pedía que no saliera a tomar el mando del ejército, creyéndolo
incapaz, como lo era, de dirigir veinticinco mil hombres, con reservas de
indios pampas, lo despide irónicamente, anticipándoles un propio a su mujer,
con este mensaje: "Que lo ponga en cura a su marido, porque está
mal."
Lucio V. Mansilla, Rozas.
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